Comentario
Las primeras creaciones arquitectónicas en España de inspiración renacentista son expresión impositiva de un sector destacado de la nobleza, que muestra con ello una imagen renovada de sí misma acorde con los nuevos aires provenientes de Italia. Se trata en suma de una opción elitista que da réplica a las flamígeras construcciones de una aristocracia anclada en modelos tardomedievales y a las obras promovidas por la Iglesia y por la Corona. No es casual que, frente a la primacía de lo hispanoflamenco en fundaciones institucionales de significación religiosa, el cambio se genere en la arquitectura civil. El impulso inicial corresponde al mecenazgo mendocino y, aunque se concreta en su origen en obras del influyente gran cardenal don Pedro González de Mendoza, todo señala a su sobrino Iñigo López de Mendoza, el gran Tendilla, como el auténtico inductor, y se asocia la borrosa figura de Lorenzo Vázquez de Segovia, su arquitecto, y a la llegada a España del "Codex Escurialensis", al menos aquí desde 1507.
Los viajes a Italia y el contacto con humanistas y personajes relevantes de la sociedad renacentista, hicieron al de Tendilla receptivo a las nuevas formas artísticas; pero es dudoso que Vázquez le acompañara en su misión diplomática de 1487. Apenas un par de años después hace el arquitecto acto de aparición en Valladolid, con la misión de enmendar la obra en construcción del Colegio de Santa Cruz fundado por el gran cardenal y que éste estimara mezquina. La introducción en la fachada principal de grandes contrafuertes decorados con pilastras, cornisa clasicista y portada de formas cuatrocentistas y talla menuda en un lienzo mural almohadillado, constituye un notable cambio de sensibilidad frente a las suntuosas propuestas coetáneas de Juan Guas o Simón de Colonia. Pero la existencia del alfiz perdido que enmarcaba la casi boloñesa portada del colegio universitario, denota las servidumbres estilísticas a las que aún había de someterse el artista.
El palacio de Cogolludo, realizado por encargo de don Luis de la Cerda y Mendoza y atribuido al mismo Vázquez, es una más clara reformulación del modelo toscano, con bíforas de adornada labra gótica y una no menos decorada crestería, destacando su portada con palmetas de tipo boloñés y un blasón laureado sobre el almohadillado paramento de la fachada, horizontal y simétrica. La ruptura con las propuestas goticomudejaristas contemporáneas se hace patente, sin menoscabo del valor representativo, en todo caso potenciado por su dimensión urbanística y escenográfica. Y la innegable concesión a la tradición constructiva, visible en vanos y coronamiento, se hace extensiva al patio, en el que el cuerpo alto desarrolla una galería adintelada con zapatas, y cuyos capiteles, de vaga inspiración urbinense, estaban llamados a tener gran difusión en lo alcarreño. Más titubeante, la portada del gótico convento de San Antonio de Mondéjar, fundación del propio Tendilla, presenta un frontón de forma rebajada enmarcado bajo un alfiz angular de molduración clásica, lo que marca los límites platerescos de la literal traslación de soluciones italianas.
El palacio de don Antonio de Mendoza, en Guadalajara, luego convento de la Piedad y también adscrito a Vázquez, muestra una portada, en arco de medio punto entre pilastras, coronada por un pesado frontón triangular, en la que los motivos clásicos -ristras de trofeos- dejan de tener valor decorativo para aludir a la condición del comitente, de activa presencia en la toma de Granada. De mayor interés, por su influencia en la arquitectura civil castellana a través de Covarrubias, es el patio, adintelado en sus dos pisos sobre columnas con zapatas que ven redoblados sus fustes en las esquinas. Los capiteles, del tipo alcarreño, remiten en su variedad decorativa a modelos italianos, sobre todo de Biagio Rossetti. Y la sobriedad ornamental establece una intuición de rigor y equilibrio, con molduración y motivos de inspiración clásica, que llega a las mismas zapatas. En éstas y en la distribución acodada de ingreso y escalera se sigue el estereotipo mudéjar.
El mismo Tendilla, artífice también de la venida de Doménico Fancelli a España, es el inductor de la llegada en 1509 de Vázquez a Granada, ante la errada construcción de la Capilla Real que hacía Enrique de Egas. Como otros arquitectos reales (Solórzano, Horozco), Egas representaba la pervivencia inercial del Gótico, y venía a ser uno de los maestros de mayor prestigio, con importantes encargos en distintos puntos de España (Santiago, Toledo, Salamanca, Zaragoza, Plasencia, Granada); no es de extrañar que recayera en él, o en su hermano y colaborador, Antonio, un encargo mendocino tan notable como el Hospital de Santa Cruz, en Toledo. Mas si se exceptúa lo referente a la cuestión tipológica de sus hospitales, las formas renacientes son enteramente ajenas a su arquitectura, más sobria que la de Juan Guas pero de idéntico componente gótico y mudéjar, y las interpolaciones decorativas de esta índole en su obra son imputables a la labor autónoma de los entalladores o fruto de aportaciones posteriores, de Juan de Plasencia a Diego de Covarrubias, García de Praves, Martín de Blas o Juan de Marquina.
Son italianos quienes más contribuyeron inicialmente a la difusión del vocabulario clásico. Michel Carlone y sus oficiales continuaron en La Calahorra la labor de Vázquez, algunos artistas próximos a su círculo trabajaron en el palacio de Vélez Blanco, y Francisco Florentín, de breve presencia (m. 1522), en las labores decorativas en la Capilla Real granadina, pasó de inmediato a Murcia como Maestro de obras de la catedral, en la que se le atribuye con muchas reservas la Puerta de las Cadenas, y dio trazas para la columnaria iglesia de Moratalla, obra ya de Marquina. Jacopo Torni, Indaco Vecchio, pintor y escultor llegado por 1519, es tracista asimismo de elementos ornamentales de la Capilla Real y de la renacentista cabecera del monasterio de San Jerónimo, que erigiría Silóe, y sucedió a su compatriota en la catedral de Murcia, en la que hizo el soberbio primer cuerpo de la torre. En este momento de apogeo italiano hay que situar también la realización de la adornada y triunfal portada de la capilla de San Miguel en la catedral de Jaca, obra de Juan (Giovanni) Moreto (1521), o la del destruido palacio valenciano de Jerónimo Vich, embajador del rey Fernando en Roma, sin olvidar la llegada de artistas como Fancelli, Torrigiano, F. Niculoso Pisano o Juan de la Corte y la imparable importación de monumentos funerarios, como los de Ramón Folch de Cardona, los marqueses de Tarifa o el Gran Cardenal.
La compleja situación arquitectónica en torno a 1520 tiene singular expresión en el marco granadino, con un Enrique de Egas afianzado en lo gótico (Capilla Real, Lonja, Hospital, Catedral), italianos ocupados en ornamentaciones cuatrocentistas (antes en La Calahorra; desde 1518 en la Capilla Real) o en innovaciones estructurales (San Jerónimo), algunos maestros menores incursos ya en la tendencia plateresca (Marquina, Lizana, García de Praves) -sin contar la labor retablística de Bigarny-, y la llegada de Diego de Silóe con un lenguaje más depurado, no carente de fuerte carga ornamental (Catedral, San Jerónimo), y la de Pedro de Machuca, quien en 1527 inicia el Palacio Real en un clasicismo quinientista desprovisto de toda concesión decorativa.